martes, 22 de septiembre de 2009

Amor: herencia divina (1994)

Cuando surge, es como una suave lluvia que cae incesante sobre la aridez de nuestro espíritu e imperceptiblemente empieza germinar maravillosas semillas olvidadas en la parte oscura de nuestro ser. Como mágico fertilizante hace crecer la confianza y la fe en uno mismo, el deseo de ayudar, de compartir, de escuchar, de comprender, de conocer, de perdonar, de olvidar, de darse.

Como hiedra vital va creciendo aferrándose con todas sus fibras a los muros de la existencia, enriqueciéndola. Nos da por lo que descubre, no es interesado, no ha de ser forzado ni servil, no es calculador ni fariseo o hipócrita, no es exhibicionista, va perfumando la existencia, inyectando ánimo al espíritu y aunque, se mueve en el tiempo y en el espacio, no tiene más dimensión que la divina.

Con su cargamento de fe, esperanza y caridad, traspasa las selvas de la tristeza, de la angustia, la frustración, del resentimiento, del odio; para rescatarnos con una palabra, con una sonrisa, con una mirada.

El amor es un bálsamo para las heridas sufridas en la batalla de la vida, mitiga las penas, el sufrimiento, seca el llanto amargo de la infelicidad. Al reconfortar el dolor, revitaliza a la esperanza, engrandece al que lo da, dignifica al que lo recibe, enriquece la relación, es como el cuerno de la abundancia, mientras más damos, más nos queda.

El amor cubre con una gasa de olvido los tropiezos pasados y nos da una perspectiva más rica de la existencia. Es para el espíritu, la fuente de la eterna juventud, es el germen de los sueños.

Darse al amor por entero, es entender el propósito de lo divino, es tomarle la mano para cruzar el valle de la existencia.

Valoración (1994)

Venimos de la eternidad abriendo un paréntesis en el tiempo y el espacio, utilizando un vestido de materia frágil y perecedera. Un día ese paréntesis se cerrará y nos integraremos a la belleza infinita que conocemos como Dios.

No importa qué tan extenso sea el paréntesis, porque la vida no se mide en extensión sino en intensidad. Los años que se puedan acumular no importan. Lo verdaderamente valioso es cuán felices fuimos, qué tanto disfrutamos la dicha de la conciencia, cuánto dimos, cuánto amamos durante este viaje.

No quiero impregnar mi vida de tiempo, quiero impregnar mi tiempo de vida, quiero disfrutar lo más posible a los míos y también a los que no lo son, porque todos somos compañeros de viaje y a pesar de nuestros defectos, cada uno lleva en el alma la semilla de la grandeza, el germen del amor, la partícula infinitesimal del todo divino que palpita en el universo entero.

Un día una de mis hermanas me preguntó ¿Quién de los dos partirá primero? No lo sé, contesté, realmente no lo sé y no me preocupa. Me preocupa el que pueda derrumbarme interiormente, ser incapaz de hacer el bien, incapaz de aceptar, incapaz de perdonar, me preocupa porque ello dará la medida de mi amor, y es lo único que va a pesar en la balanza que juzgará mi existencia.

Quiero disfrutar de cada amanecer, de la Tierra, del frío, del calor, de la lluvia, del sol, de las plantas, del vuelo de las aves, del ladrido de los perros, de las noches tibias y brillantes tanto como de las frías y oscuras, porque he aprendido a través del sufrimiento y las lágrimas que la vida vale la pena vivirse y he aprendido a decir al despertar ¡Gracias! ¡Gracias Dios mío!

Identificación (1994)

Anoche mientras dormía tuve un sueño terroríficamente impactante. Un sinfín de gusanos reptaban presurosos hacia un punto especial, formando ahí una masa palpitante en la que se devoraban unos a otros en un festín macabro. Se retiraban aparentemente satisfechos, dejando a su paso un hilillo tornasolado y baboso desde su vientre, que quedaba como único vestigio de su presencia. Después, regresaban sobre su rastro inmundo para iniciar otra vez el mismo ritual y retirarse chorreando una sustancia verdosa y nauseabunda. Hedía el ambiente. De pronto advertí que, con cada evolución, sus rasgos se modificaban. Se volvían grotescamente humanoides.

Me sentí irremediablemente fascinado, cuando uno giró su cuerpo oscuro y espinoso, cubierto de sangre verde, me miró fijamente con sus ojos llenos de reproche y, con terror, advertí ¡que tenía plasmados mis propios rasgos en su rostro!

Encuentro (Junio, 1981)

Fue como el vuelo de la alondra
en armonía con el suave viento,
fue el viaje sublime de mis sentidos
por tu piel fresca, morena, sensual.

Estallé en ti, como en medio del placer
y no fue sólo
una pirotecnia de gametos en
tu vientre cálido y pleno…

Fue la conformación de carne y caricias,
en la satisfacción suprema del ser,
fue vivir por unos instantes la perfecta
dimensión divina y trascender lo material
para sublimar el amor.

Después… el alma desciende
en medio del silencio húmedo,
los suspiros huyen, perezosos,
para perderse en la noche brillante.

Donde empiezan a asomar curiosas las estrellas,
mientras la luna lame amorosa
nuestros desnudos cuerpos que se abrazan
trémulos, indiferentes al desfile
silencioso de los minutos… de las horas.

Tu cuerpo, prolongación de mi cuerpo,
mi piel extensión de tu piel
se solazan con el espejismo de la ilusión,
ante las miradas curiosas de los pájaros
que empiezan a alborotar por la enramada.

Después nuestros cuerpos se separan
temerosos ante la sensación de que
el nuevo día nos ha descubierto.
el perfume de las flores se pierde
en tu piel y en mi piel,
en nuestros ojos la ternura se ha encendido,
el placer se ha refugiado en lo
más profundo de nuestro ser.

Íntimamente (1982)

La otra noche vi descender
una estrella por el firmamento
y entonces te soñé con la aurora,
mientras contemplaba el rocío trémulo
resbalar por el sensitivo pétalo del lirio,
te adiviné y supe que existías,
y cuando un pajarillo solitario entonó su melodioso canto
el cual descendió hasta mis oídos,
hermoso y subyugante, empecé a esperarte.

Más mi alma estaba melancólica,
agridulce y melancólica, porque,
aunque mis sentidos y mi mente se alegraban,
mi alma estaba sola, infinitamente sola,
con los anhelos abiertos, buscándote entre todas las demás almas
hasta que mis dedos te tocaron
y nuestras miradas sedientas se encontraron,
y otro mundo lleno de posibilidades surgió en mí
estallando en miles de ilusiones… sueños, alegrías,
esperanzas…

Desde entonces ninguna estrella es más hermosa que
las que se acunan en el fondo de tus ojos,
y no hay nada más sensitivo que tu piel
cuando trémula recibe mis caricias,
y no puede haber para mi alma algo más
melodioso que tu propia voz.
No, te juro que no, no lo hay.

Tu ser es el recipiente exacto
para volcar todas mis ansias, mis ternuras,
mis sueños de amor, tiene que ser completamente hermoso
el andar juntos todo eso, con el voluptuoso listón
iridiscente de la pasión. ¿Sabes por qué?
Porque la entrega de la carne a través del amor,
nos da una dimensión que nos iguala a lo divino.
el amor no necesita de una voz para oírse,
ni de un idioma para expresarse y comprenderse,
su lenguaje sensitivo es universal.
no tiene tiempo ni distancia y posee colores
más bellos que el iris,
mayor infinitud que el mar o el cielo
y en su firmamento siempre brillarán el sol,
la luna y las estrellas.

Sí, eres un mundo de sensaciones,
de plenitudes y posibilidades
en el que me encierras ¡Querida mía!

Pequeña oración (1980)

Todos mis sentidos se abren para recibir un día más,

pletórico de ilusión, anhelos, esperanzas.

Hoy los rayos del sol se deslizan por mi piel,

transmitiéndome la dulce emoción de existir,

de gozar este sueño de Dios hecho realidad por su aliento divino.


Las penas y tristezas que ayer abrieron surcos en mi alma

se diluyen hoy ante este cielo esplendoroso que me invita

a
vivir por amor y para amar.

Soy la obra de Dios y mi obra está en quienes me aman.


Jamás negaré mi lugar en la vida porque jamás Dios me

negará el acceso a la dicha y a la felicidad.


He llorado como el cielo, pero también he reído como el Sol

he sentido la aridez en el alma como la lleva el viento,

pero en las noches estrelladas me he colmado de ternura,

me he aceptado como soy, para fundirme en la vida,

para diluirme en Dios.


Soy una partícula perdida en el infinito,

pero soy el todo
grandioso de mi existencia y

mi existencia es grandiosa en el infinito,

porque mi alma entona el canto de la vida,

y en mis sentidos, palpita el amor.

¡Pobre! ¡Pobre de la muerte! (Marzo 1980)

Primavera, hoy tu nombre ha quedado tachonado con coágulos de sangre, sangre que se irá secando, formando costras negruzcas que quedarán como estigma de tu tiempo.

Porque la muerte cabrona de osamenta descarnada,

en injusta e ilógica labor, ha pasado a nuestro lado,

rozando con su helado manto nuestros espinazos,

espeluznándonos y llenándonos de incredulidad.

Sin ser presentida, se ha deslizado en la oscuridad de la noche

por retorcidos callejones, hasta envolver a su presa

en el vértigo de su aliento letal.

La tierra ha reclamado lo suyo,

anegándolo con un líquido verdoso y pestilente.

Arriba la Luna mudo testigo, palidece de horror y de pena.

Cuatro rotaciones de la Tierra

clavan la incertidumbre y el

temor como una espina en la mente.

Hasta que un ruido intermitente apuñala los sentidos

dando fin a la espera,

la angustia, el dolor, y el miedo, brotan de las entrañas

anudando la garganta,

asomando los ojos que se cubren de llanto.

No hay mente, razón, ni ideas, sólo el gemido desgarrador

que sale del alma hecha añicos, por la brutal revelación.

La incapacidad de sentir algo que no sea el vacío,

la sensación de pequeñez, de impotencia se posesiona

de algunos testigos, en otros

el morbo secular, destella en las pupilas y chasquea

en la lengua hambrienta de necrofilia, y otros más

ven el escaparate donde aumentar su pequeñez.

Después, la especulación en los labios mediocres

ufanos de sabiduría, satura el ambiente.

¡Muertos de hoy, de ayer, de todos los tiempos!

¡No toquen a la puerta de mi cerebro para platicar,

que hoy no les he de abrir!

Ni tampoco quiero hablar de mí, que sólo soy una mota

animada de polvo que va de un punto a otro punto,

desintegrándose lentamente en el ínterin

¡Quiero hablar contigo!

¡Parca absurdamente implacable, misteriosa e incongruente!

que lo mismo te cuelas sigilosamente por el umbral de las puertas

para besar repentinamente con tu boca descarnada los labios

castos e inocentes, que los marchitos y pecadores.

¡Tú muerte cargada de celos y envidia!

que te escondes en cánceres, tuberculosis, tumores, gangrenas,

diabetes, cirrosis, conmociones, pestes, etc.

para robar el último aliento.

Que te ocultas en el filo homicida del puñal delincuente

que ahoga la voz en estertores, en contracciones,

en espasmos, en convulsiones,

¡A ti muerte insensible!

Que dejas las señales de tu presencia, en las llantas

que derrapan en el asfalto,

en el ruido sordo y seco de las coaliciones,

en los hierros retorcidos que exprimen lentamente el jugo de la vida,

o que profanan nuestras funciones vitales, suprimiéndolas violentamente ¡Patrona de sátrapas!

Que tiñen de sangre hermana, aldeas, villas, pueblos, ciudades, países, ¡Usurera del tiempo!, que medras con el hambre y la miseria.

¡Proveedora de panteones que te surtes en los saldos

de hospitales y de guerras!

¡Hoy me inspiras una infinita compasión!

Sí, siento lástima de ti

porque dentro de tu macabra labor, nos tienes envidia.

¡Sí! mientras nosotros somos un instante en la cuenta del tiempo

tú has sido condenada por los Dioses a cadena perpetua

¿Qué delito has cometido, que has sido destinada a cerrar los ojos

del primero hasta el último mortal?

¿Por qué, se te niega el descanso eterno e infinito tan necesario?

No, no eres el semi Dios implacable y traicionero,

que embosca a sus víctimas en los recodos de la vida

sólo eres un preso,

condenado a cumplir su destino hasta el fin de la humanidad,

¡Muerte, que lástima, que lástima me das!

El Jilguero y el Gorrión (1982)

El pájaro no canta porque sea feliz, es feliz porque canta. W. James


La mañana avanzaba suavemente, devorando los minutos y disipando las sombras. Los rayos del sol penetraron por todo el jardín y lo llenaron con su luz dorada. Las flores rojas del nopalillo poco a poco iban abriendo sus corolas, hasta tomar la forma de una estrella sangrante que se abría a la vida; el rocío depositado por la noche sobre los sensitivos pétalos de las rosas aún no se evaporaba y su perfume se esparcía por todo el jardín.

Algunos colibríes ya empezaban a chupar el néctar de las flores bugambilia, algunas mariposas con su vuelo tembloroso volaban de flor en flor al igual que las abejas. Todos danzando el ritmo ingenioso de la vida en su deseo de continuarse.

Una gran jaula pendía de un árbol y en ella se encontraba un jilguerillo que alegremente saludaba al nuevo día. Una cascada de bellas armonías brotaba de su garganta, que se inflaba y contraía rítmicamente. Después de revolotear por un rato entre las ramas de la higuera, un gorrión llegó a posarse sobre la jaula del jilguero y entabló una alegre plática, lleno de autosuficiencia frente al morador.

- No me explico cómo tienes ánimo para cantar estando ahí encerrado, mi querido amigo. Creo que si yo fuera privado de mi libertad, si no pudiera volar por el cielo, si no pudiera buscar a mis hermanos por el bosque, si no pudiera buscar la comida que más me gusta y me conformara con lo que me dan, me moriría de pena y tristeza.

- ¡Ah, mi querido amigo! Entiendo tus puntos de vista y hasta los comprendo, pero no los comparto –Contestó el jilguero interrumpiendo su canto- Verás, hace algunas semanas yo también disfrutaba volando por el azul brillante del cielo ¡Qué delicia sentir los rayos del sol sobre mi plumaje! ¡Y las caricias del aire! Pero un día al tratar de escapar de un gavilán me estrellé con el tronco de un árbol y caí moribundo, unos niños me encontraron y me trajeron aquí para curarme. Me brindaron protección y cariño, mucho cariño. Así me recuperé y desde entonces vivo feliz aquí, pero ¿Sabes? Cuando canto, alegro a quien que me escucha, la gente se acerca a mí, me dice cosas que no entiendo pero las siento como buenas en mi corazón. Además, al sentirme querido y aceptado, también me siento útil y ya no me importa tanto el no poder viajar como tú lo haces.

- Pues, no sabes todo lo que has perdido…–Contestó un poco desconcertado el gorrión- Claro, la libertad tiene sus riesgos: yo también me he topado con gavilanes y recordarlo aún me produce mucho miedo. Tengo que cuidarme de los gatos, y además, me preocupa no poder encontrar a los míos y ¿Para qué te miento? También me da miedo no encontrar suficiente alimento antes de que llegue el momento de emigrar al sur para escapar del invierno. No contar con las fuerzas necesarias para el viaje, es una idea que me aterra tanto como las piedras que a veces me arrojan los críos de los humanos para derribarme.

- Bueno, y si tanto te aterra tu situación ¿Porqué no buscas otros campos o alguna otra ciudad? –Preguntó el jilguero.

- ¿Qué? ¡Pero estás loco! –Contestó airado el gorrión- ¿Y enfrentar nuevamente peligros desconocidos? Al menos aquí ya sé de quién cuidarme, pero ¿En otra ciudad? ¡Ni pensarlo! De imaginar que me pueden atrapar y encerrar en una cárcel como ésta en la que vives… ¡Sería la muerte! ¿Cómo se te ocurre?

- Amigo gorrión me doy cuenta, platicando contigo, que yo estoy cautivo dentro de esta jaula, impedido de hacer muchas cosas que me gustaría. Pero tú eres quien realmente vive prisionero, esclavizado a tus miedos y eso que llamas libertad no es más que área de vuelo, no puedes entender que tu libertad no está en las alas. Está en tu corazón, en tu mente, está en dejar que tu espíritu se expanda y pueda vibrar con el amor, buscando siempre hacer el bien. Cuando eres libre nada te ata a un lugar, con el poder de tu mente puedes viajar al horizonte en el atardecer para bañarte con su luz, o puedes soñarte volando hacia las estrellas en una noche clara o puedes pensar en el amor, en tus hijos o en tus nietos, también en la amistad; porque la libertad ha de servirte para ser más responsable y así sentirte involucrado con la vida, motivado para sacar lo mejor de ti y Eso es saberte luz, energía y amor.

El gorrión se quedó sin saber qué contestar, balbuceó un adiós malhumorado y marchó cuidándose de los gatos, del gavilán y de los críos de los hombres que arrojan piedras para interrumpir el vuelo de las aves. El jilguero por su parte, reanudó su canto con mayor alegría pensando en el poco espacio y tan pocas cosas que necesita para ser feliz.

El crimen del acaudalado Sr. R… de la ciudad X (1983)

Lo que les voy a narrar sucedió hace cinco años. Cinco largos años durante los cuales no he vuelto a dormir. Perdí el sueño en circunstancias terroríficamente increíbles.

Todo comenzó una noche fría de invierno, dentro de un tugurio barato, de esos que abundan en la zona de tolerancia de la Ciudad de… ¡bah! Eso no importa, porque no fue más que un simple accidente geográfico. Lo mismo hubiera pasado en cualquier otra ciudad que me brindara la oportunidad de vomitar toda la envidia y el odio que sentía por mi tío, el acaudalado Señor R… de la Ciudad X.

Me encontraba en dicho bar en compañía de dos tipos completamente repulsivos desde cualquier punto de vista que se pudiera sugerir. Uno de ellos, al que llamaré simplemente Gory, era grotescamente desproporcionado, tenía la cabeza pequeña con los ojillos sumidos en medio de inmensas ojeras que les aumentaban profundidad, divididos por una larga nariz del tipo que se conoce como aguileño, soportados por pómulos ligeramente salidos; los labios delgados formaban la boca pequeña que era solo una línea despectiva, a la que permanecía sujeto permanentemente un remedo de cigarro en el extremo; la cabeza parecía estar incrustada en la inmensa mole de huesos y músculos de su tórax ya que el cuello era excesivamente corto, casi inexistente; y aunque los brazos eran musculosos y fuertes tenía las piernas largas y huesudas, tanto que yo no me explicaba cómo era posible que sostuvieran tan grande peso.

No era, sin embargo, su físico lo que más me impresionaba, no. Era esa voz grave y cavernosa que parecía venir de sus entrañas, y que al ser dotada por esa forma de hablar vulgar y arrabalera provocaba un callado temor repulsivo que él confundía con respeto y admiración.

El otro, un tal Chopo era un ser de aspecto casi normal, que no tenía nada de especial, a no ser por un labio leporino y el paladar hendido que le desfiguraban el rostro dándole un aspecto sumamente desagradable. Eran sus instintos completamente desatados, los que le excluían de la ordinariez y lo hundían en la brutalidad.

Tenía poco que los había conocido en ese mercado de gente heterogénea que es el muelle. Fue durante una riña entre prostitutas, pescadores y marinos borrachos. Yo me encontraba de paso por ese lugar cuando me vi arrastrado por aquel torbellino de golpes e injurias; aunque a decir verdad, en él vi ocasión para vengarme del robo en mi última borrachera, sufrido a manos de una mariposa de la noche. Después de haber pasado ocho días en la comisaría, nos encontrábamos bebiendo cerveza en aquel rincón mohoso absorbiendo la rutinaria insolencia de ese lugar y rumiando la casi total ausencia de dinero en nuestros bolsillos. Fue entonces cuando empecé a hablarles de las grandes injusticias de la vida, por ejemplo, las que se dan al interior de la propia familia. Para reforzar mí tesis, saqué a cuestión la vida de abundancia y riqueza de mi odiado tío el Señor R.

Yo, su sobrino legítimo, hijo único de su hermana mayor, rodaba por el mundo víctima de la más espantosa miseria sin ninguna oportunidad de compartir su vida holgada, a la que por nacimiento, me decía mi ambiciosa mentalidad, tenía derecho.
Así pues fustigado por el resentimiento y teniendo el consuelo de aquellos dos amigos que hacían suya mi injusticia empecé a darles nombres, citas, propiedades, negocios, cifras de mi desgraciado tío, cuya cuantiosa fortuna deslumbró a mis amigos que ocultaron su codicia bajo la fingida ira con que manifestaban su adhesión y solidaridad conmigo. Me convencieron para buscar una pronta justicia que me reivindicara del daño sufrido, y ya que la justicia de los hombres se gasta en cuanto huele dinero y la justicia divina tarda mucho en llegar, no quedaba pues, más que ejercer nosotros mismos aquella justa rehabilitación social y económica. Ideando planes y cábalas, nos dispusimos a viajar juntos a la ciudad en que radicaba mi tío, el citado Sr. R.

Salí del tugurio henchido de orgullo por aquellos buenos amigos que el azar o el destino me depararon, y entregado a la obsesión de la fortuna, tuve el sueño más placentero que pueda recordar.

Los hechos que sucedieron después permanecen aún dormidos en mi mente. Recuerdo como un vago sueño la noche en que llegamos a la Ciudad X y nos instalamos en una sucia covacha en la calle de los suburbios, donde los perros comían excrementos humanos y los niños rebuscaban entre los botes de desperdicios algo que llevarse a la boca. Donde las miradas torvas de individuos de aspecto patibulario buscaban ansiosas algo de valor en los desdichados desconocidos que osaban cruzar tales calles. Ahí donde el amor ambulante escudriñaba la oscuridad desde cualquier esquina. La peor degradación que he visto vive en esas calles lamiendo amorosa a sus personajes predilectos.

Los días que siguieron los dedicamos a seguir todos los movimientos del Señor R., en espera de un momento y lugar oportuno donde abordarlo y obligarlo a reconocer y aceptar mi participación en su fortuna. Desde el principio me opuse a cualquier modo que operara en detrimento de su salud, lo cual aceptaron a regañadientes mis recientes amigos, aunque bien sabía yo que llegado el momento, pasarían sobre su palabra.

La oportunidad se presentó el fin de semana. La servidumbre lo pasa fuera y en la casa únicamente permanecían el anciano jardinero que vivía en el extremo del jardín y además era completamente sordo, y la esposa de mi tío a la que llamaba ridículamente mi agraciada Felicitas. Alrededor de la media noche nos deslizamos hacia el interior de la casa, utilizamos la barda trasera que daba a un gran terreno abandonado. Fue Chopo quien subió primero apoyándose en los amplios hombros de Gory. Después subí yo, y mientras lo hacía contemplé cómo la luna parecía haberse detenido en el firmamento.

Confieso que a estas alturas me encontraba totalmente arrepentido de haberme dejado arrastrar por el entusiasmo de mis amigos, y más que nada por mi rencor injustificado. El remordimiento mordisqueaba feroz en mi cerebro, sin embargo, el miedo que sentía hacia aquellos desalmados era mayor, y al pensar en su reacción furiosa al enterarse de lo que yo sentía, no dudaba en que desatarían sobre mí aquellas ansias homicidas largamente reprimidas. Cruzamos aquel jardín respirando el perfume de las rosas que suavemente se esparcía por el aire.

Al trepar hasta el balcón del piso superior, curiosamente no sentía ya ni miedo, ni remordimiento, sino una apacible tranquilidad que se podía palpar con los dedos. Era un estúpido autoengaño había bloqueado todo mi ser dándole a todas las sombras y las formas un toque de irrealidad, una consistencia de sueño o de pesadilla que de un momento a otro se iba a derrumbar despertándome en mi cama, bajo el abrigo protector de las paredes de mi casa.

Una vez en las habitaciones superiores nos guiamos por los fuertes ronquidos de mi tío el Señor R… al llegar a la puerta de su habitación contemplé fríamente como El Chopo la forzaba silenciosamente en un alarde magistral de sus dotes delictivas, todo lo que después pasó aún sigue desfilando en forma vertiginosa e incesante en mi cerebro.

Las sombras hasta entonces furtivas se abalanzaron sobre mis tíos sacándolos semidesnudos de la cama arrastrándolos por toda la habitación en grotesco interrogatorio.

El estupor de ellos, el miedo, la angustia, golpes, gritos implorantes, lágrimas, burlonas carcajadas, más golpes, exigencias, más llanto, manojos en las manos de pelos con sangre, gemidos, más golpes, más sangre, exigencias, mi cuerpo paralizado pegado a la pared registrando su frialdad, un cuchillo que se hunde en un vientre en macabra labor, las vísceras azules que afloran soltando un cálido vaporcillo, el crujido de los huesos al ser partidos por un golpe, tiras de piel colgando del cuchillo, un cuerpo estrellado sobre la pared y la tiñe de sangre, sesos y pelo, el saqueo, la ropa tirada por el suelo, un Cristo salpicado de sangre, el colchón despedazado, sillas rotas, los ojos grandes y fríos de mi tío clavados en mí...
El miedo, las piernas que devoran, el corredor y la barda, la calle oscura y el vómito en una esquina. Creí que el horror había pasado y completamente asqueado decidí no volver a ver jamás a mis pseudo amigos.

Pasé días sin comer, deambulando por las calles, completamente idiotizado. Una tarde un carro corría veloz, oí el chillido de las llantas, sentí un fuerte golpe y una negra nube se extendió sobre mis sentidos.

Dentro de la inconsciencia más espantosa, seres etéreos de siniestras formas ejercitaban una danza grotesca alrededor de mi cuerpo, al que laceraba un viento helado que aullaba en forma demencial y que poco a poco me iba arrastrando hacia un mar de sangre donde era sumergido lentamente ante mi desesperación. Mientras en el cielo aquellos engendros del averno gesticulaban satánicamente, empecé a nadar desaforadamente hacia la orilla y cuando estaba a punto de alcanzarla me aferré a una especie de roca que sobresalía a todo ese horror, pero al tirar de ella me encontré con la cabeza de mi tía Felicitas que me sonreía en forma diabólica y enigmática, entonces la arrojé fuera de sí, pero al contemplarme la mano la vi cubierta de una sustancia espesa y blancuzca en donde pululaban infinidad de larvas y gusanos. Al borde de la locura comencé a nadar en sentido contrario bajo una multitud de gemidos y lamentos que se me clavaban en la piel como si fueran agujas, y fue cuando la pesadilla empezó a perder fuerza, ya no vi aquellas formas del averno, ni tampoco escuché aquel viento furioso y el mar ya no era de sangre sino de aguas negras y cenagosas, aquí en este punto fue cuando me separé de mi cuerpo y lo miré desde lo alto en su lucha desesperada, con los ojos brillantes y llenos de angustia me acerqué a tratar de ayudarlo y al acercarme a él ¡Horror! ¡Más qué horror! En mi semblante desencajado contemplé pavoroso los ojos grandes y fríos de mi tío.

Por eso es que desde hace cinco años no he podido dormir, el miedo me lo ha impedido. Sí, un miedo que va creciendo hasta convertirse en terror al llegar la noche, pánico de volver a tener las manos manchadas por los sesos llenos de gusanos que escurrían del cráneo de mi tía y miedo de contemplar otra vez los grandes y fríos ojos de mi tío.

Por eso todas las mañanas ante un espejo busco en mi semblante minuciosamente, los ojos grandes y fríos de mi tío y me paso más de una hora lavándome las manos, inspeccionando cada dedo y cada pliegue, destruyendo cualquier mancha que pueda aparecer.

En esta casa todos dicen que por eso he perdido la razón, lo mismo que el sueño, pero es que ellos no saben lo que pasó aquella noche en que nadaba desesperado en un mar de sangre donde chorreaba sesos, el cráneo de mi tía, ni saben de los crímenes que se llevaron a cabo en la casa de mi tío el Sr. R… de la Ciudad X, en una noche en que la luna estaba quieta y el perfume de las rosas se esparcía por todo el jardín.