martes, 22 de septiembre de 2009

Angustiosa espera (1980)

Estoy acostado, sobre mi cama dura, con los ojos muy abiertos y perdidos en la oscuridad, con el miedo abrazado a la angustia y la espera tendiendo su tapete hacia la oscuridad, por donde vendrá implacable mi verdugo en su afán de injusticia.
El pavor corre desbocado por todo mi ser derramando su amarga espuma sobre mi boca; pero sé que debe de ser así, porque soy culpable, aunque lo hice semiinconsciente, soy culpable, y merezco ser castigado.

Por eso estoy acostado sobre mi dura cama con los ojos muy abiertos perdidos en la oscuridad, igualito que ayer cuando el sueño seguía en mi cabeza y mis pies me llevaban hacia la cocina para darle un poco de agua a mi sed. Recuerdo que las moscas lamían un charquito de leche que estaba sobre la mesa y que el perro roncaba pesadamente bajo la escalera; a lo mejor estaba correteando sus sueños, pero eso sí, sueños de perro, aunque no sé si los perros puedan soñar como los hombres, o los hombres como los perros. No, yo creo que no, porque por algo ellos son perros y nosotros hombres, ¿O no es así?

Me disponía a regresar a mi dura cama, a seguir con mis ojos muy abiertos a seguir correteando sueños de hombre, cuando noté que algo muy pequeño se agitaba bajo mi zapato. Mi mirada viajó de la jarra de agua a mi pie, donde un ratoncito se convulsionaba bajo la presión de mi cuerpo, tratando de escapar al cerco de mi pie. Yo tuve miedo de soltarlo y yo creo que él tuvo mucho miedo de morir y nuestros miedos los transmitimos a través de la suela del zapato y se fundieron en uno. Yo no quería matarlo ¡Lo juro! y hasta pensé si tenía hermanos o mamá que lo buscaran, pero la pierna me pesaba cada vez más y más obligándome a triturarlo a pesar de mi horror, y mientras yo veía con el miedo del ratón desde mis ojos, como la sangre le escurría por su boquita y orejitas, mis tripas gruñían feroces algo que yo no entendía pero pienso que ha de haber sido algo así como criminal.

Es por eso que ahorita estoy acostado sobre mi cama dura con los ojos muy abiertos y con el miedo abrazado a la angustia y a la espera, desenrollando su tapete hacia la oscuridad por donde ha de surgir la rata más grande que haya visto para pedirme cuentas por la muerte de su hijo pequeño. Tal vez saltará a mi cuello y empezará a roerme la garganta, la lengua, el paladar, hasta perderse en el cerebro donde saciará su venganza, y entonces asomará con su pelaje parduzco manchado de sangre y de sesos, para contemplarme con mi miedo desde la cuenca de uno de mis ojos, igualito como yo lo hice con su hijo, una noche en que el sueño seguía en mí cabeza y mis manos le daban agüita a mi sed.

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