Lo que les voy a narrar sucedió hace cinco años. Cinco largos años durante los cuales no he vuelto a dormir. Perdí el sueño en circunstancias terroríficamente increíbles.
Todo comenzó una noche fría de invierno, dentro de un tugurio barato, de esos que abundan en la zona de tolerancia de la Ciudad de… ¡bah! Eso no importa, porque no fue más que un simple accidente geográfico. Lo mismo hubiera pasado en cualquier otra ciudad que me brindara la oportunidad de vomitar toda la envidia y el odio que sentía por mi tío, el acaudalado Señor R… de la Ciudad X.
Me encontraba en dicho bar en compañía de dos tipos completamente repulsivos desde cualquier punto de vista que se pudiera sugerir. Uno de ellos, al que llamaré simplemente Gory, era grotescamente desproporcionado, tenía la cabeza pequeña con los ojillos sumidos en medio de inmensas ojeras que les aumentaban profundidad, divididos por una larga nariz del tipo que se conoce como aguileño, soportados por pómulos ligeramente salidos; los labios delgados formaban la boca pequeña que era solo una línea despectiva, a la que permanecía sujeto permanentemente un remedo de cigarro en el extremo; la cabeza parecía estar incrustada en la inmensa mole de huesos y músculos de su tórax ya que el cuello era excesivamente corto, casi inexistente; y aunque los brazos eran musculosos y fuertes tenía las piernas largas y huesudas, tanto que yo no me explicaba cómo era posible que sostuvieran tan grande peso.
No era, sin embargo, su físico lo que más me impresionaba, no. Era esa voz grave y cavernosa que parecía venir de sus entrañas, y que al ser dotada por esa forma de hablar vulgar y arrabalera provocaba un callado temor repulsivo que él confundía con respeto y admiración.
El otro, un tal Chopo era un ser de aspecto casi normal, que no tenía nada de especial, a no ser por un labio leporino y el paladar hendido que le desfiguraban el rostro dándole un aspecto sumamente desagradable. Eran sus instintos completamente desatados, los que le excluían de la ordinariez y lo hundían en la brutalidad.
Tenía poco que los había conocido en ese mercado de gente heterogénea que es el muelle. Fue durante una riña entre prostitutas, pescadores y marinos borrachos. Yo me encontraba de paso por ese lugar cuando me vi arrastrado por aquel torbellino de golpes e injurias; aunque a decir verdad, en él vi ocasión para vengarme del robo en mi última borrachera, sufrido a manos de una mariposa de la noche. Después de haber pasado ocho días en la comisaría, nos encontrábamos bebiendo cerveza en aquel rincón mohoso absorbiendo la rutinaria insolencia de ese lugar y rumiando la casi total ausencia de dinero en nuestros bolsillos. Fue entonces cuando empecé a hablarles de las grandes injusticias de la vida, por ejemplo, las que se dan al interior de la propia familia. Para reforzar mí tesis, saqué a cuestión la vida de abundancia y riqueza de mi odiado tío el Señor R.
Yo, su sobrino legítimo, hijo único de su hermana mayor, rodaba por el mundo víctima de la más espantosa miseria sin ninguna oportunidad de compartir su vida holgada, a la que por nacimiento, me decía mi ambiciosa mentalidad, tenía derecho.
Así pues fustigado por el resentimiento y teniendo el consuelo de aquellos dos amigos que hacían suya mi injusticia empecé a darles nombres, citas, propiedades, negocios, cifras de mi desgraciado tío, cuya cuantiosa fortuna deslumbró a mis amigos que ocultaron su codicia bajo la fingida ira con que manifestaban su adhesión y solidaridad conmigo. Me convencieron para buscar una pronta justicia que me reivindicara del daño sufrido, y ya que la justicia de los hombres se gasta en cuanto huele dinero y la justicia divina tarda mucho en llegar, no quedaba pues, más que ejercer nosotros mismos aquella justa rehabilitación social y económica. Ideando planes y cábalas, nos dispusimos a viajar juntos a la ciudad en que radicaba mi tío, el citado Sr. R.
Salí del tugurio henchido de orgullo por aquellos buenos amigos que el azar o el destino me depararon, y entregado a la obsesión de la fortuna, tuve el sueño más placentero que pueda recordar.
Los hechos que sucedieron después permanecen aún dormidos en mi mente. Recuerdo como un vago sueño la noche en que llegamos a la Ciudad X y nos instalamos en una sucia covacha en la calle de los suburbios, donde los perros comían excrementos humanos y los niños rebuscaban entre los botes de desperdicios algo que llevarse a la boca. Donde las miradas torvas de individuos de aspecto patibulario buscaban ansiosas algo de valor en los desdichados desconocidos que osaban cruzar tales calles. Ahí donde el amor ambulante escudriñaba la oscuridad desde cualquier esquina. La peor degradación que he visto vive en esas calles lamiendo amorosa a sus personajes predilectos.
Los días que siguieron los dedicamos a seguir todos los movimientos del Señor R., en espera de un momento y lugar oportuno donde abordarlo y obligarlo a reconocer y aceptar mi participación en su fortuna. Desde el principio me opuse a cualquier modo que operara en detrimento de su salud, lo cual aceptaron a regañadientes mis recientes amigos, aunque bien sabía yo que llegado el momento, pasarían sobre su palabra.
La oportunidad se presentó el fin de semana. La servidumbre lo pasa fuera y en la casa únicamente permanecían el anciano jardinero que vivía en el extremo del jardín y además era completamente sordo, y la esposa de mi tío a la que llamaba ridículamente mi agraciada Felicitas. Alrededor de la media noche nos deslizamos hacia el interior de la casa, utilizamos la barda trasera que daba a un gran terreno abandonado. Fue Chopo quien subió primero apoyándose en los amplios hombros de Gory. Después subí yo, y mientras lo hacía contemplé cómo la luna parecía haberse detenido en el firmamento.
Confieso que a estas alturas me encontraba totalmente arrepentido de haberme dejado arrastrar por el entusiasmo de mis amigos, y más que nada por mi rencor injustificado. El remordimiento mordisqueaba feroz en mi cerebro, sin embargo, el miedo que sentía hacia aquellos desalmados era mayor, y al pensar en su reacción furiosa al enterarse de lo que yo sentía, no dudaba en que desatarían sobre mí aquellas ansias homicidas largamente reprimidas. Cruzamos aquel jardín respirando el perfume de las rosas que suavemente se esparcía por el aire.
Al trepar hasta el balcón del piso superior, curiosamente no sentía ya ni miedo, ni remordimiento, sino una apacible tranquilidad que se podía palpar con los dedos. Era un estúpido autoengaño había bloqueado todo mi ser dándole a todas las sombras y las formas un toque de irrealidad, una consistencia de sueño o de pesadilla que de un momento a otro se iba a derrumbar despertándome en mi cama, bajo el abrigo protector de las paredes de mi casa.
Una vez en las habitaciones superiores nos guiamos por los fuertes ronquidos de mi tío el Señor R… al llegar a la puerta de su habitación contemplé fríamente como El Chopo la forzaba silenciosamente en un alarde magistral de sus dotes delictivas, todo lo que después pasó aún sigue desfilando en forma vertiginosa e incesante en mi cerebro.
Las sombras hasta entonces furtivas se abalanzaron sobre mis tíos sacándolos semidesnudos de la cama arrastrándolos por toda la habitación en grotesco interrogatorio.
El estupor de ellos, el miedo, la angustia, golpes, gritos implorantes, lágrimas, burlonas carcajadas, más golpes, exigencias, más llanto, manojos en las manos de pelos con sangre, gemidos, más golpes, más sangre, exigencias, mi cuerpo paralizado pegado a la pared registrando su frialdad, un cuchillo que se hunde en un vientre en macabra labor, las vísceras azules que afloran soltando un cálido vaporcillo, el crujido de los huesos al ser partidos por un golpe, tiras de piel colgando del cuchillo, un cuerpo estrellado sobre la pared y la tiñe de sangre, sesos y pelo, el saqueo, la ropa tirada por el suelo, un Cristo salpicado de sangre, el colchón despedazado, sillas rotas, los ojos grandes y fríos de mi tío clavados en mí...
El miedo, las piernas que devoran, el corredor y la barda, la calle oscura y el vómito en una esquina. Creí que el horror había pasado y completamente asqueado decidí no volver a ver jamás a mis pseudo amigos.
Pasé días sin comer, deambulando por las calles, completamente idiotizado. Una tarde un carro corría veloz, oí el chillido de las llantas, sentí un fuerte golpe y una negra nube se extendió sobre mis sentidos.
Dentro de la inconsciencia más espantosa, seres etéreos de siniestras formas ejercitaban una danza grotesca alrededor de mi cuerpo, al que laceraba un viento helado que aullaba en forma demencial y que poco a poco me iba arrastrando hacia un mar de sangre donde era sumergido lentamente ante mi desesperación. Mientras en el cielo aquellos engendros del averno gesticulaban satánicamente, empecé a nadar desaforadamente hacia la orilla y cuando estaba a punto de alcanzarla me aferré a una especie de roca que sobresalía a todo ese horror, pero al tirar de ella me encontré con la cabeza de mi tía Felicitas que me sonreía en forma diabólica y enigmática, entonces la arrojé fuera de sí, pero al contemplarme la mano la vi cubierta de una sustancia espesa y blancuzca en donde pululaban infinidad de larvas y gusanos. Al borde de la locura comencé a nadar en sentido contrario bajo una multitud de gemidos y lamentos que se me clavaban en la piel como si fueran agujas, y fue cuando la pesadilla empezó a perder fuerza, ya no vi aquellas formas del averno, ni tampoco escuché aquel viento furioso y el mar ya no era de sangre sino de aguas negras y cenagosas, aquí en este punto fue cuando me separé de mi cuerpo y lo miré desde lo alto en su lucha desesperada, con los ojos brillantes y llenos de angustia me acerqué a tratar de ayudarlo y al acercarme a él ¡Horror! ¡Más qué horror! En mi semblante desencajado contemplé pavoroso los ojos grandes y fríos de mi tío.
Por eso es que desde hace cinco años no he podido dormir, el miedo me lo ha impedido. Sí, un miedo que va creciendo hasta convertirse en terror al llegar la noche, pánico de volver a tener las manos manchadas por los sesos llenos de gusanos que escurrían del cráneo de mi tía y miedo de contemplar otra vez los grandes y fríos ojos de mi tío.
Por eso todas las mañanas ante un espejo busco en mi semblante minuciosamente, los ojos grandes y fríos de mi tío y me paso más de una hora lavándome las manos, inspeccionando cada dedo y cada pliegue, destruyendo cualquier mancha que pueda aparecer.
En esta casa todos dicen que por eso he perdido la razón, lo mismo que el sueño, pero es que ellos no saben lo que pasó aquella noche en que nadaba desesperado en un mar de sangre donde chorreaba sesos, el cráneo de mi tía, ni saben de los crímenes que se llevaron a cabo en la casa de mi tío el Sr. R… de la Ciudad X, en una noche en que la luna estaba quieta y el perfume de las rosas se esparcía por todo el jardín.
Todo comenzó una noche fría de invierno, dentro de un tugurio barato, de esos que abundan en la zona de tolerancia de la Ciudad de… ¡bah! Eso no importa, porque no fue más que un simple accidente geográfico. Lo mismo hubiera pasado en cualquier otra ciudad que me brindara la oportunidad de vomitar toda la envidia y el odio que sentía por mi tío, el acaudalado Señor R… de la Ciudad X.
Me encontraba en dicho bar en compañía de dos tipos completamente repulsivos desde cualquier punto de vista que se pudiera sugerir. Uno de ellos, al que llamaré simplemente Gory, era grotescamente desproporcionado, tenía la cabeza pequeña con los ojillos sumidos en medio de inmensas ojeras que les aumentaban profundidad, divididos por una larga nariz del tipo que se conoce como aguileño, soportados por pómulos ligeramente salidos; los labios delgados formaban la boca pequeña que era solo una línea despectiva, a la que permanecía sujeto permanentemente un remedo de cigarro en el extremo; la cabeza parecía estar incrustada en la inmensa mole de huesos y músculos de su tórax ya que el cuello era excesivamente corto, casi inexistente; y aunque los brazos eran musculosos y fuertes tenía las piernas largas y huesudas, tanto que yo no me explicaba cómo era posible que sostuvieran tan grande peso.
No era, sin embargo, su físico lo que más me impresionaba, no. Era esa voz grave y cavernosa que parecía venir de sus entrañas, y que al ser dotada por esa forma de hablar vulgar y arrabalera provocaba un callado temor repulsivo que él confundía con respeto y admiración.
El otro, un tal Chopo era un ser de aspecto casi normal, que no tenía nada de especial, a no ser por un labio leporino y el paladar hendido que le desfiguraban el rostro dándole un aspecto sumamente desagradable. Eran sus instintos completamente desatados, los que le excluían de la ordinariez y lo hundían en la brutalidad.
Tenía poco que los había conocido en ese mercado de gente heterogénea que es el muelle. Fue durante una riña entre prostitutas, pescadores y marinos borrachos. Yo me encontraba de paso por ese lugar cuando me vi arrastrado por aquel torbellino de golpes e injurias; aunque a decir verdad, en él vi ocasión para vengarme del robo en mi última borrachera, sufrido a manos de una mariposa de la noche. Después de haber pasado ocho días en la comisaría, nos encontrábamos bebiendo cerveza en aquel rincón mohoso absorbiendo la rutinaria insolencia de ese lugar y rumiando la casi total ausencia de dinero en nuestros bolsillos. Fue entonces cuando empecé a hablarles de las grandes injusticias de la vida, por ejemplo, las que se dan al interior de la propia familia. Para reforzar mí tesis, saqué a cuestión la vida de abundancia y riqueza de mi odiado tío el Señor R.
Yo, su sobrino legítimo, hijo único de su hermana mayor, rodaba por el mundo víctima de la más espantosa miseria sin ninguna oportunidad de compartir su vida holgada, a la que por nacimiento, me decía mi ambiciosa mentalidad, tenía derecho.
Así pues fustigado por el resentimiento y teniendo el consuelo de aquellos dos amigos que hacían suya mi injusticia empecé a darles nombres, citas, propiedades, negocios, cifras de mi desgraciado tío, cuya cuantiosa fortuna deslumbró a mis amigos que ocultaron su codicia bajo la fingida ira con que manifestaban su adhesión y solidaridad conmigo. Me convencieron para buscar una pronta justicia que me reivindicara del daño sufrido, y ya que la justicia de los hombres se gasta en cuanto huele dinero y la justicia divina tarda mucho en llegar, no quedaba pues, más que ejercer nosotros mismos aquella justa rehabilitación social y económica. Ideando planes y cábalas, nos dispusimos a viajar juntos a la ciudad en que radicaba mi tío, el citado Sr. R.
Salí del tugurio henchido de orgullo por aquellos buenos amigos que el azar o el destino me depararon, y entregado a la obsesión de la fortuna, tuve el sueño más placentero que pueda recordar.
Los hechos que sucedieron después permanecen aún dormidos en mi mente. Recuerdo como un vago sueño la noche en que llegamos a la Ciudad X y nos instalamos en una sucia covacha en la calle de los suburbios, donde los perros comían excrementos humanos y los niños rebuscaban entre los botes de desperdicios algo que llevarse a la boca. Donde las miradas torvas de individuos de aspecto patibulario buscaban ansiosas algo de valor en los desdichados desconocidos que osaban cruzar tales calles. Ahí donde el amor ambulante escudriñaba la oscuridad desde cualquier esquina. La peor degradación que he visto vive en esas calles lamiendo amorosa a sus personajes predilectos.
Los días que siguieron los dedicamos a seguir todos los movimientos del Señor R., en espera de un momento y lugar oportuno donde abordarlo y obligarlo a reconocer y aceptar mi participación en su fortuna. Desde el principio me opuse a cualquier modo que operara en detrimento de su salud, lo cual aceptaron a regañadientes mis recientes amigos, aunque bien sabía yo que llegado el momento, pasarían sobre su palabra.
La oportunidad se presentó el fin de semana. La servidumbre lo pasa fuera y en la casa únicamente permanecían el anciano jardinero que vivía en el extremo del jardín y además era completamente sordo, y la esposa de mi tío a la que llamaba ridículamente mi agraciada Felicitas. Alrededor de la media noche nos deslizamos hacia el interior de la casa, utilizamos la barda trasera que daba a un gran terreno abandonado. Fue Chopo quien subió primero apoyándose en los amplios hombros de Gory. Después subí yo, y mientras lo hacía contemplé cómo la luna parecía haberse detenido en el firmamento.
Confieso que a estas alturas me encontraba totalmente arrepentido de haberme dejado arrastrar por el entusiasmo de mis amigos, y más que nada por mi rencor injustificado. El remordimiento mordisqueaba feroz en mi cerebro, sin embargo, el miedo que sentía hacia aquellos desalmados era mayor, y al pensar en su reacción furiosa al enterarse de lo que yo sentía, no dudaba en que desatarían sobre mí aquellas ansias homicidas largamente reprimidas. Cruzamos aquel jardín respirando el perfume de las rosas que suavemente se esparcía por el aire.
Al trepar hasta el balcón del piso superior, curiosamente no sentía ya ni miedo, ni remordimiento, sino una apacible tranquilidad que se podía palpar con los dedos. Era un estúpido autoengaño había bloqueado todo mi ser dándole a todas las sombras y las formas un toque de irrealidad, una consistencia de sueño o de pesadilla que de un momento a otro se iba a derrumbar despertándome en mi cama, bajo el abrigo protector de las paredes de mi casa.
Una vez en las habitaciones superiores nos guiamos por los fuertes ronquidos de mi tío el Señor R… al llegar a la puerta de su habitación contemplé fríamente como El Chopo la forzaba silenciosamente en un alarde magistral de sus dotes delictivas, todo lo que después pasó aún sigue desfilando en forma vertiginosa e incesante en mi cerebro.
Las sombras hasta entonces furtivas se abalanzaron sobre mis tíos sacándolos semidesnudos de la cama arrastrándolos por toda la habitación en grotesco interrogatorio.
El estupor de ellos, el miedo, la angustia, golpes, gritos implorantes, lágrimas, burlonas carcajadas, más golpes, exigencias, más llanto, manojos en las manos de pelos con sangre, gemidos, más golpes, más sangre, exigencias, mi cuerpo paralizado pegado a la pared registrando su frialdad, un cuchillo que se hunde en un vientre en macabra labor, las vísceras azules que afloran soltando un cálido vaporcillo, el crujido de los huesos al ser partidos por un golpe, tiras de piel colgando del cuchillo, un cuerpo estrellado sobre la pared y la tiñe de sangre, sesos y pelo, el saqueo, la ropa tirada por el suelo, un Cristo salpicado de sangre, el colchón despedazado, sillas rotas, los ojos grandes y fríos de mi tío clavados en mí...
El miedo, las piernas que devoran, el corredor y la barda, la calle oscura y el vómito en una esquina. Creí que el horror había pasado y completamente asqueado decidí no volver a ver jamás a mis pseudo amigos.
Pasé días sin comer, deambulando por las calles, completamente idiotizado. Una tarde un carro corría veloz, oí el chillido de las llantas, sentí un fuerte golpe y una negra nube se extendió sobre mis sentidos.
Dentro de la inconsciencia más espantosa, seres etéreos de siniestras formas ejercitaban una danza grotesca alrededor de mi cuerpo, al que laceraba un viento helado que aullaba en forma demencial y que poco a poco me iba arrastrando hacia un mar de sangre donde era sumergido lentamente ante mi desesperación. Mientras en el cielo aquellos engendros del averno gesticulaban satánicamente, empecé a nadar desaforadamente hacia la orilla y cuando estaba a punto de alcanzarla me aferré a una especie de roca que sobresalía a todo ese horror, pero al tirar de ella me encontré con la cabeza de mi tía Felicitas que me sonreía en forma diabólica y enigmática, entonces la arrojé fuera de sí, pero al contemplarme la mano la vi cubierta de una sustancia espesa y blancuzca en donde pululaban infinidad de larvas y gusanos. Al borde de la locura comencé a nadar en sentido contrario bajo una multitud de gemidos y lamentos que se me clavaban en la piel como si fueran agujas, y fue cuando la pesadilla empezó a perder fuerza, ya no vi aquellas formas del averno, ni tampoco escuché aquel viento furioso y el mar ya no era de sangre sino de aguas negras y cenagosas, aquí en este punto fue cuando me separé de mi cuerpo y lo miré desde lo alto en su lucha desesperada, con los ojos brillantes y llenos de angustia me acerqué a tratar de ayudarlo y al acercarme a él ¡Horror! ¡Más qué horror! En mi semblante desencajado contemplé pavoroso los ojos grandes y fríos de mi tío.
Por eso es que desde hace cinco años no he podido dormir, el miedo me lo ha impedido. Sí, un miedo que va creciendo hasta convertirse en terror al llegar la noche, pánico de volver a tener las manos manchadas por los sesos llenos de gusanos que escurrían del cráneo de mi tía y miedo de contemplar otra vez los grandes y fríos ojos de mi tío.
Por eso todas las mañanas ante un espejo busco en mi semblante minuciosamente, los ojos grandes y fríos de mi tío y me paso más de una hora lavándome las manos, inspeccionando cada dedo y cada pliegue, destruyendo cualquier mancha que pueda aparecer.
En esta casa todos dicen que por eso he perdido la razón, lo mismo que el sueño, pero es que ellos no saben lo que pasó aquella noche en que nadaba desesperado en un mar de sangre donde chorreaba sesos, el cráneo de mi tía, ni saben de los crímenes que se llevaron a cabo en la casa de mi tío el Sr. R… de la Ciudad X, en una noche en que la luna estaba quieta y el perfume de las rosas se esparcía por todo el jardín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario