martes, 22 de septiembre de 2009

Valoración (1994)

Venimos de la eternidad abriendo un paréntesis en el tiempo y el espacio, utilizando un vestido de materia frágil y perecedera. Un día ese paréntesis se cerrará y nos integraremos a la belleza infinita que conocemos como Dios.

No importa qué tan extenso sea el paréntesis, porque la vida no se mide en extensión sino en intensidad. Los años que se puedan acumular no importan. Lo verdaderamente valioso es cuán felices fuimos, qué tanto disfrutamos la dicha de la conciencia, cuánto dimos, cuánto amamos durante este viaje.

No quiero impregnar mi vida de tiempo, quiero impregnar mi tiempo de vida, quiero disfrutar lo más posible a los míos y también a los que no lo son, porque todos somos compañeros de viaje y a pesar de nuestros defectos, cada uno lleva en el alma la semilla de la grandeza, el germen del amor, la partícula infinitesimal del todo divino que palpita en el universo entero.

Un día una de mis hermanas me preguntó ¿Quién de los dos partirá primero? No lo sé, contesté, realmente no lo sé y no me preocupa. Me preocupa el que pueda derrumbarme interiormente, ser incapaz de hacer el bien, incapaz de aceptar, incapaz de perdonar, me preocupa porque ello dará la medida de mi amor, y es lo único que va a pesar en la balanza que juzgará mi existencia.

Quiero disfrutar de cada amanecer, de la Tierra, del frío, del calor, de la lluvia, del sol, de las plantas, del vuelo de las aves, del ladrido de los perros, de las noches tibias y brillantes tanto como de las frías y oscuras, porque he aprendido a través del sufrimiento y las lágrimas que la vida vale la pena vivirse y he aprendido a decir al despertar ¡Gracias! ¡Gracias Dios mío!

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