Era un firmamento con su luna y estrellas, descendía hundiéndose en un mar embravecido, absorbiendo mis pensamientos. Pensamientos creados desde un risco bañado en su totalidad por olas furiosas que se estrellaban violentas, y que fragmentadas en cachitos de encaje blanco llegaban hasta mí, lamiendo amorosas los pies, las manos, y a veces la cara o el pelo. Fui secado por la brisa marina que me acariciaba incesante, estimulando mis lucubraciones ¡Hijas orgullosas de mi prolífica soledad!
De pronto, algo llamó mi atención. De la ancha playa que se extendía hacia un lado, surgió una silueta caminando lentamente por la arena. Un ser desdibujado por la penumbra se acercó a unos cincuenta metros de donde yo estaba. Entonces, me di cuenta que era una mujer y aunque, no pude ver entonces los rasgos de su cara, sus formas eran bien proporcionadas. Empezó a desnudarse con movimientos cadenciosos cuya voluptuosidad llegó hasta mí enmudeciéndome momentáneamente. Con paso grácil empezó a caminar hacia las olas que se reventaban violentas, entonces reaccioné y le grité que no lo hiciera, ella volteó, me miró unos instantes, agitó su mano enseguida para sumergirse eludiendo una fuerte ola, surgiendo un poco más lejos, elevándose como una diosa en su esplendorosa desnudez sobre otra ola más y otra, yo contemplaba embelesado su desliz sobre las bravas olas.
Algo pasó y el mar empezó a jugar con ella, hundiéndola, elevándola, azotándola, un miedo angustioso se posó en mi garganta y el estupor se pintó en mi cara, bajé rápidamente dando tropezones, cayéndome, levantándome, volviendo a caer, cortándome los pies y las manos, por fin me arrojé hacia donde ella estaba, nadé furioso y angustiado, me sumergía esquivando las olas cada vez más altas, busqué , grité y nada, al girar hacia la playa una ola me sacó de balance y me sumergió haciéndome tragar agua por boca y nariz, cuando logré salir a la superficie la vi, estaba más a mi izquierda , seguía luchando desesperada con brazos y piernas pero ya el cansancio y el terror se habían apoderado de su cuerpo, llegué a poco donde se encontraba y traté de calmarla, pero me arañó y me abrazó con su cuerpo desnudo, hundiéndome, asfixiándome, la golpeé para que me soltara, pero ella parecía no sentir los golpes.
A punto de sucumbir le di un rodillazo en el estómago, inmediatamente sentí como sus manos y cuerpo se aflojaban, me coloqué a su espalda, pasando mi brazo por su cuello frágil y hermoso, la tomé con mi mano de la axila derecha sintiendo en el antebrazo la turgencia de su seno y así fui ganando poco a poco la playa, cuando por fin llegué me dejé caer pesadamente sobre la arena, agobiado y exhausto, olvidándome de ella. Después de unos minutos de reposo oí su risa cristalina a mis espaldas, me volví violento deseando abofetearla con todas mis fuerzas, pero su mirada serena y su sonrisa franca me lo impidieron. Fue cuando pude observarla detenidamente, tenía los rasgos y formas más armoniosos que he visto jamás, el pelo húmedo y de un negro intenso brillaba al reflejar la luz de la luna, su tez bronceada era perfecta, fresca y lozana, tenía que ser delicioso el acariciarla, los ojos grandes aceitunados, inocentes a veces y otras coquetos e insinuadores, con una lucecilla cintilando en el fondo de ellos; la nariz poco respingada en un mohín se arrugaba traviesamente enterneciéndome, la boca pequeña de labios un tanto regordetes que acentuaban más su sensualidad con dos hieleras de dientes blanquísimos ¡Boca hecha para besar, más expresiva que los ojos, tan acariciadores como la mano! Todo enmarcado en un rostro ovalado. El cuello ideal para acariciarlo, besarlo, mordisquearlo, lamerlo, los hombros siguiendo la hermosa línea del cuello eran perfectos sosteniendo unos brazos aparentemente débiles, digo aparentemente, porque me constaba que no lo eran, las manos poseían unos dedos largos que remataban en unas uñas no largas, no cortas, perfectamente redondeadas y lacadas, los senos eran de tamaño regular insolentemente erguidos con los pezones rosados como capullos en flor y aunque estaba hincada sobre la arena y sus nalgas descansaban sobre sus talones se adivinada la cintura esbelta y las caderas amplias, incitadoras y sensuales, las piernas largas bien torneadas remataban en unos piececillos pequeños semienterrados en la arena y en sus propias nalgas.
Su cuerpo casi completamente espolvoreado por la arena de la playa irradiaba una rara sensualidad que me seducía irremediablemente anulando mi voluntad, de pronto ella cesó de reír y me miró a los ojos profundamente mientras con su mano acariciaba lentamente mi mejilla derecha, al momento sentí que una corriente eléctrica recorría todo mi ser reconcentrándose en mi vientre, tomé su mano, la acaricié, la besé y me incorporé un poco para mirarla, contemplarla a la excesiva proximidad del beso, mi mano voló suavemente para acariciar su pelo y mi lengua se ahuecó en sus oídos, se abandonó en sus ojos, en su garganta, mis dedos trataban de leer las emociones de su piel, mi boca descendía para enriquecerse en su pecho, suavemente me abrazó y me empujó sobre la arena cayendo encima de mí, besándome con tal pasión que me hizo estremecer de deseo, el cual volqué en besos y mordiscos y caricias cada vez más apasionadas , ya en su cuello, ahora en su nuca, sus hombros y las manos sembrando y cosechando placer en la espalda, mientras ella descubría mi cuerpo acariciando cada parte expuesta al deleite. Cuando el deseo de poseerla y estallar dentro de su Ser llegó a ser enervante, la deposité a mi lado suavemente y entonces nuestros cuerpos se amoldaron plácidamente y entre rimas de amor que culminaron en puntos suspensivos le di valor a todos los años de espera que antecedieron a ese encuentro, el encuentro del amor, más aún, del ser amado.
No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados, fundidos en un solo cuerpo, en una sola alma, en un solo sistema nervioso y no lo sé porque poco a poco el cansancio, o su respiración pausada, o el ruido del mar, o la noche estrellada me fueron arrullando hasta hundirme en un placentero sueño lleno de promesas y anhelos.
Cuando desperté con el cuerpo satisfecho y el alma feliz, estaba solo, completamente solo, el alba se extendía corroyendo la noche como ácido, el mar ahora calmo humedecía tímidamente la playa en una parvada de gaviotas esperaban desde los riscos los primeros rayos solares entre aleteos y chillidos, pero yo estaba solo, solo y aturdido, no había ni huella de… Oh, hasta ese momento me di cuenta que ni siquiera su nombre sabía… sencillamente no se lo había preguntado la noche anterior, solo me parecía una pequeñez, sin embargo, un nombre es tan necesario para el recuerdo.
Busqué la huella de sus pies pequeños en la arena o alguna prenda, alguna pista para encontrar a mi amor, pero todo fue inútil, indagué, pregunté, recorrí el puerto, los hoteles, los comercios y… nada. Como si no existiera, tal vez solo fue un sueño -¡Sí! eso es, sólo un lindo sueño… y como recuerdo de ese lindo sueño, aún conservo las cicatrices de las heridas que me causé en los pies y manos al bajar corriendo por los riscos.
De pronto, algo llamó mi atención. De la ancha playa que se extendía hacia un lado, surgió una silueta caminando lentamente por la arena. Un ser desdibujado por la penumbra se acercó a unos cincuenta metros de donde yo estaba. Entonces, me di cuenta que era una mujer y aunque, no pude ver entonces los rasgos de su cara, sus formas eran bien proporcionadas. Empezó a desnudarse con movimientos cadenciosos cuya voluptuosidad llegó hasta mí enmudeciéndome momentáneamente. Con paso grácil empezó a caminar hacia las olas que se reventaban violentas, entonces reaccioné y le grité que no lo hiciera, ella volteó, me miró unos instantes, agitó su mano enseguida para sumergirse eludiendo una fuerte ola, surgiendo un poco más lejos, elevándose como una diosa en su esplendorosa desnudez sobre otra ola más y otra, yo contemplaba embelesado su desliz sobre las bravas olas.
Algo pasó y el mar empezó a jugar con ella, hundiéndola, elevándola, azotándola, un miedo angustioso se posó en mi garganta y el estupor se pintó en mi cara, bajé rápidamente dando tropezones, cayéndome, levantándome, volviendo a caer, cortándome los pies y las manos, por fin me arrojé hacia donde ella estaba, nadé furioso y angustiado, me sumergía esquivando las olas cada vez más altas, busqué , grité y nada, al girar hacia la playa una ola me sacó de balance y me sumergió haciéndome tragar agua por boca y nariz, cuando logré salir a la superficie la vi, estaba más a mi izquierda , seguía luchando desesperada con brazos y piernas pero ya el cansancio y el terror se habían apoderado de su cuerpo, llegué a poco donde se encontraba y traté de calmarla, pero me arañó y me abrazó con su cuerpo desnudo, hundiéndome, asfixiándome, la golpeé para que me soltara, pero ella parecía no sentir los golpes.
A punto de sucumbir le di un rodillazo en el estómago, inmediatamente sentí como sus manos y cuerpo se aflojaban, me coloqué a su espalda, pasando mi brazo por su cuello frágil y hermoso, la tomé con mi mano de la axila derecha sintiendo en el antebrazo la turgencia de su seno y así fui ganando poco a poco la playa, cuando por fin llegué me dejé caer pesadamente sobre la arena, agobiado y exhausto, olvidándome de ella. Después de unos minutos de reposo oí su risa cristalina a mis espaldas, me volví violento deseando abofetearla con todas mis fuerzas, pero su mirada serena y su sonrisa franca me lo impidieron. Fue cuando pude observarla detenidamente, tenía los rasgos y formas más armoniosos que he visto jamás, el pelo húmedo y de un negro intenso brillaba al reflejar la luz de la luna, su tez bronceada era perfecta, fresca y lozana, tenía que ser delicioso el acariciarla, los ojos grandes aceitunados, inocentes a veces y otras coquetos e insinuadores, con una lucecilla cintilando en el fondo de ellos; la nariz poco respingada en un mohín se arrugaba traviesamente enterneciéndome, la boca pequeña de labios un tanto regordetes que acentuaban más su sensualidad con dos hieleras de dientes blanquísimos ¡Boca hecha para besar, más expresiva que los ojos, tan acariciadores como la mano! Todo enmarcado en un rostro ovalado. El cuello ideal para acariciarlo, besarlo, mordisquearlo, lamerlo, los hombros siguiendo la hermosa línea del cuello eran perfectos sosteniendo unos brazos aparentemente débiles, digo aparentemente, porque me constaba que no lo eran, las manos poseían unos dedos largos que remataban en unas uñas no largas, no cortas, perfectamente redondeadas y lacadas, los senos eran de tamaño regular insolentemente erguidos con los pezones rosados como capullos en flor y aunque estaba hincada sobre la arena y sus nalgas descansaban sobre sus talones se adivinada la cintura esbelta y las caderas amplias, incitadoras y sensuales, las piernas largas bien torneadas remataban en unos piececillos pequeños semienterrados en la arena y en sus propias nalgas.
Su cuerpo casi completamente espolvoreado por la arena de la playa irradiaba una rara sensualidad que me seducía irremediablemente anulando mi voluntad, de pronto ella cesó de reír y me miró a los ojos profundamente mientras con su mano acariciaba lentamente mi mejilla derecha, al momento sentí que una corriente eléctrica recorría todo mi ser reconcentrándose en mi vientre, tomé su mano, la acaricié, la besé y me incorporé un poco para mirarla, contemplarla a la excesiva proximidad del beso, mi mano voló suavemente para acariciar su pelo y mi lengua se ahuecó en sus oídos, se abandonó en sus ojos, en su garganta, mis dedos trataban de leer las emociones de su piel, mi boca descendía para enriquecerse en su pecho, suavemente me abrazó y me empujó sobre la arena cayendo encima de mí, besándome con tal pasión que me hizo estremecer de deseo, el cual volqué en besos y mordiscos y caricias cada vez más apasionadas , ya en su cuello, ahora en su nuca, sus hombros y las manos sembrando y cosechando placer en la espalda, mientras ella descubría mi cuerpo acariciando cada parte expuesta al deleite. Cuando el deseo de poseerla y estallar dentro de su Ser llegó a ser enervante, la deposité a mi lado suavemente y entonces nuestros cuerpos se amoldaron plácidamente y entre rimas de amor que culminaron en puntos suspensivos le di valor a todos los años de espera que antecedieron a ese encuentro, el encuentro del amor, más aún, del ser amado.
No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados, fundidos en un solo cuerpo, en una sola alma, en un solo sistema nervioso y no lo sé porque poco a poco el cansancio, o su respiración pausada, o el ruido del mar, o la noche estrellada me fueron arrullando hasta hundirme en un placentero sueño lleno de promesas y anhelos.
Cuando desperté con el cuerpo satisfecho y el alma feliz, estaba solo, completamente solo, el alba se extendía corroyendo la noche como ácido, el mar ahora calmo humedecía tímidamente la playa en una parvada de gaviotas esperaban desde los riscos los primeros rayos solares entre aleteos y chillidos, pero yo estaba solo, solo y aturdido, no había ni huella de… Oh, hasta ese momento me di cuenta que ni siquiera su nombre sabía… sencillamente no se lo había preguntado la noche anterior, solo me parecía una pequeñez, sin embargo, un nombre es tan necesario para el recuerdo.
Busqué la huella de sus pies pequeños en la arena o alguna prenda, alguna pista para encontrar a mi amor, pero todo fue inútil, indagué, pregunté, recorrí el puerto, los hoteles, los comercios y… nada. Como si no existiera, tal vez solo fue un sueño -¡Sí! eso es, sólo un lindo sueño… y como recuerdo de ese lindo sueño, aún conservo las cicatrices de las heridas que me causé en los pies y manos al bajar corriendo por los riscos.
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